CBT8 - NEMOS

Clark mostrando su oxigenador de sangre (1952). Probar su funcionamiento le llevo a inventar el primer biosensor

Los «nemos», a los que ya me referí en otro momento de esta aventura, fueron de gran ayuda en las indagaciones de estos exploradores. Se trataba de una magnífica obra de ingeniería biológica, puesta al servicio de la operación, y fundamentada en los descubrimientos de Leland Clark y Guilbaut, de la Fundación de Investigación Infantil de Cincinnati y de la Universidad de Louisiana, respectivamente. El primero, con sus trabajos sobre biosensores, y el segundo, al construir un sistema que podía medir la urea en los fluidos corporales, merced a un microelectrodo que era capaz de registrar los cambios en la concentración de ion amonio, permitieron a los laboratorios militares la obtención de los «nemos», así bautizados en recuerdo del legendario capitán Nemo y de sus viajes submarinos. Cada «nemo», por utilizar términos sencillos, consiste en una especie de «microsensor» (casi un minisubmarino), de treinta nanómetros de tamaño (un nanómetro equivale a la milmillonésima parte del metro).

Dependiendo de las necesidades de cada «misión», los «nemos» variaban de tamaño. Lo habitual eran los ya referidos treinta nanómetros (tamaño de un virus), pero Caballo de Troya disponía también de «batallones» de «nemos», con espesores de cien nanómetros. Actuaban como «sondas», y también como «correctores», proporcionando toda clase de información.

Eran una «bendición», en lo que se refiere al diagnóstico médico, pero también una arma de doble filo, peligrosísima. Desde mediados de la década de los años cincuenta, cuando Clark inventó el electrodo que medía el oxígeno disuelto en la sangre, los laboratorios militares no han cesado de trabajar para la obtención de «nemos» que puedan destruir a un supuesto enemigo. Imagino que el hipotético lector de estos diarios adivinará a qué tipo de horrores me estoy refiriendo. Es por ello por lo que no haré una descripción detallada de estos asombrosos «robots orgánicos», capaces de llegar al último rincón del cuerpo humano, de «fotografiarlo», de transmitir los datos y de destruir o corregir todo tipo de células, si así fuera necesario. Es más: dada la peligrosidad de dichas máquinas submicroscópicas, en algunos momentos de esta narración cambiaré intencionadamente conceptos e informaciones, que no afectan al propósito  esencial.

Cada serie de «nemos» era programada con antelación (de eso se responsabilizaba «Santa Claus»), de acuerdo con los objetivos.
Los «nemos» entraban en el organismo a través de dos conductos primordiales: por el torrente sanguíneo o por vía oral. Sabíamos de una tercera generación, que penetraba en el cuerpo de hombres y animales merced a dos tipos de radiaciones. Estos últimos no fueron incluidos en el «arsenal» de Caballo de Troya. Como digo, es fácil imaginar las fascinantes ventajas de estas cápsulas moleculares que podían ser introducidas, a millares, incluso en los fetos. De acuerdo con su naturaleza, los «nemos» actuaban como exploradores e informadores y también como hábiles «cirujanos». En el argot, los primeros fueron conocidos como «nemos fríos». Los que se hallaban programados para la acción recibían la calificación de «calientes». Si se deseaba, limpiaban arterias o coágulos; reconocían las regiones más inaccesibles, en las que la cirugía resulta todavía comprometida o altamente invasora; pulverizaban tumores; corregían las alteraciones inmunológicas y, sobre todo, estaban dotados de la técnica necesaria para «bucear» en las células, transmitiendo hasta cincuenta mil imágenes por segundo. En este último capítulo, los «nemos», tanto los «fríos»
como los «calientes», desempeñaban una labor admirable, pudiendo chequear el ADN y corregir los genes defectuosos, incluso, como decía, en el período fetal. La corrección —casi milagrosa— evita el nacimiento de niños con deficiencias físicas o psíquicas (en la actualidad se conocen cuatro mil enfermedades de origen hereditario). Lamentablemente, esta maravilla de la medicina sigue en poder de los servicios de Inteligencia Militar, empeñados, insisto, en aprovechar dichas técnicas para otros fines menos loables…

Los «nemos» trabajaban generalmente mediante «cartografía» del cuerpo humano. En ocasiones eran los propios «nemos fríos» los que desplegaban dicha tarea previa. Un sistema alojado en la parte superior de la «vara de Moisés» era el responsable de activar los
«batallones» de «minisubmarinos orgánicos», actuando también como receptor y amplificador de las ondas de radio emitidas por los «nemos». En una primera fase, la cabeza receptora multiplicaba por diez mil la tensión de los impulsos primarios, permitiendo que las señales pudieran ser convertidas en formato digital y «trabajadas» definitivamente por «Santa Claus», el ordenador central[70]. 

[70] En el dispositivo receptor, cuya descripción no estoy autorizado a reseñar, existía un «convertidor» analógico-digital que chequeaba las señales a razón de catorce mil veces por segundo. Los niveles de tensión eran convertidos posteriormente en dígitos. «Santa Claus» se ocupaba de la interpretación última. (N. del m.)<<

El portador del cayado, y responsable de la puesta en marcha de los
«nemos», así como de la finalización de la maniobra, no podía hallarse a más de diez metros del sujeto a explorar. Éste era uno de los inconvenientes, en aquellos momentos. 

Pero supimos ajustarnos a dicha servidumbre. Dadas las características de Yehohanan, y las dificultades para «cartografiarlo» previamente, quien esto escribe, de acuerdo con Eliseo, optó por la utilización de lo que llamábamos squid, un tipo de «nemo frío», muy sensible, programado para localizar determinadas áreas del cuerpo humano, de acuerdo con los campos magnéticos generados por dichos sectores. Como es sabido, tanto el cerebro, como el corazón, músculos, etc., disponen de su propia «fuerza motriz» que, a su vez, provoca pequeñísimos campos magnéticos, cada uno con sus rasgos e intensidad propios. Los squids, con sus dispositivos de interferencia cuántica, eran capaces de «volar» hasta dichos campos magnéticos específicos y anclarse en las zonas señaladas, transmitiendo ininterrumpidamente durante horas[71]. 
[71] Caballo de Troya modificó el material inicial de los squids, integrado básicamente por niobio y, posteriormente, por itrio-bario-óxido de cobre, transformando este tipo de «nemo» en una «criatura» orgánica de treinta nanómetros, con un «camuflaje» especial que podríamos identificar con las células «T» (los linfocitos que maduran en el timo, bajo el esternón). Las células «T» o asesinas (citotóxicas) forman el grueso del sistema inmune, devorando y destruyendo cuanto les resulta ajeno. De esta forma evitábamos el peligro de los ácidos del estómago y, sobre todo, como digo, el rastreo de los verdaderos «carroñeros» que vigilan en la sangre. Para mayor seguridad, los squids fueron dotados de un «flotador» consistente en la proteína «CD-8», exclusiva de las referidas «T», y descubierta por Edward Boyse. (N. del m.)<<

En el caso del Anunciador, los miles de «nemos» tenían un destino único: el cerebro. Concretamente, el tegmento ventral, en el interior del mesencéfalo; el hipocampo; el tálamo; el puente del tallo cerebral y el prosencéfalo basal, entre otras regiones. Pretendíamos dos grandes objetivos: verificar si existía alguna patología o irregularidad, a nivel cromosómico, que pudiera justificar un desequilibrio mental y, por último, y no menos interesante, localizar los centros «archivadores» de la memoria declarativa, que reúne, entre otros elementos[72], 


[72] Aunque no existe un criterio unánime, se sospecha que el ser humano disfruta de ocho tipos diferentes de memoria. Una de las más importantes es la llamada «declarativa», que reúne la memoria a corto plazo (retiene información durante segundos o minutos) y la memoria a largo plazo. Esta última se subdivide en «semántica» e «histórica». La primera guarda los conocimientos puramente teóricos y la segunda custodia la totalidad de los hechos que la


mente (?) o el espíritu (?) decide considerar como «importantes e interesantes». Cada individuo recibe alrededor de dos mil imágenes (visuales y acústicas) en una jornada (en ocasiones, muchas más), susceptibles de ingresar en la memoria «declarativa». (N. del m.)<<

la auténtica «biografía» de la persona (todos sus recuerdos, día a día). Sobre el primer asunto, como ya he referido abundantemente, teníamos serias sospechas. El segundo, a nivel personal, resultaba más atractivo. Los militares lo han practicado en muchas oportunidades, aunque sigue siendo alto secreto. Para nosotros, en cambio, era la primera vez que lo intentábamos. Hace años que los laboratorios han ido descifrando el porqué de los sueños. El llamado «REM», o «paradójico», en el que aparecen las ensoñaciones, es mucho más de lo que se creía. Durante la noche, la totalidad de los mamíferos sueña en REM, a excepción del delfín y del oso hormiguero. A los noventa minutos de quedar dormida, la persona entra en la fase REM y sueña. Esas ensoñaciones pueden prolongarse entre cinco y veinte minutos. En total, a lo largo de la noche, la fase REM se prolonga durante cien
minutos, más o menos. Pues bien, los científicos comprobaron que, gracias a dichas ensoñaciones, el cerebro actúa como un excelente «bibliotecario», seleccionando las vivencias del día que merece la pena guardar y «archivándolas» en áreas específicas de la masa cerebral. Todo era cuestión de explorar los sueños y hacer un seguimiento de los REM. Al terminar cada fase de ensoñación, las vivencias «indultadas» son depositadas (archivadas) en redes
neuronales concretas y allí permanecen. A veces se olvidan y, en ocasiones, salen a flote y son recordadas. Se trata del gran «tesoro» humano, lo más valioso, la auténtica verdad de cada persona. Lo que el cerebro decide conservar no tiene doblez ni engaño. No tendría sentido. Es la «biografía» de cada hombre y de cada mujer, en su estado más puro. Tener la capacidad de abrir ese «archivo» es contemplar la vida completa de un ser humano, incluido su período fetal. Los «nemos» estaban diseñados de forma que, una vez descubiertos los «archivos», éstos eran «leídos» y transmitidos a velocidades que oscilaban entre cinco y diez megabits por segundo.
«Santa Claus», como dije, convertía los impulsos eléctricos y los dígitos en imágenes. Además de disponer de los sueños de una persona, o animal, prácticamente en cine, desde el feto hasta
el momento de la transmisión, los squids copiaban la biografía completa, incluidas conversaciones y pensamientos. Fue el gran éxito de los servicios de Inteligencia. Nada escapaba ya a los tentáculos de los que ambicionaban el poder. Nada, ni nadie, se encuentra a salvo…

Una vez en el cayado, la vida de Yehohanan quedaría grabada en un diminuto disquete, otro prodigio de la nanotecnia, la ciencia de la miniaturización. Entendimos que era el mejor procedimiento para examinar su vida y, en definitiva, su comportamiento. El Destino nos reservaba algunas sorpresas…
Sería suficiente con unas horas. Los «batallones» de «nemos» actuaban con enorme celeridad. Sólo había que estar atento y, como digo, lo más próximo posible a la persona que se pretendía explorar. Después, al regresar a la «cuna», en el Ravid, el ordenador central se encargaría de «mostrar» el resultado. Yo lo analizaría personalmente.

Y los «nemos», como estaba previsto, sortearon la barrera hematoencefálica, dirigiéndose a las cadenas de neuronas.
Yehohanan seguía dormido. Y el cielo empezó a cubrirse. Otro frente frío llegaba procedente del Mediterráneo.
Un pequeño destello en lo alto del cayado me advirtió. Los squids habían tomado posiciones[73] 


[73] A título puramente descriptivo puedo decir que este tipo de «nemo» trabajó a pie de neurona. Un segundo «batallón», por seguridad, utilizó la técnica de la «ventana», precipitándose sobre la membrana plasmática exterior de dichas neuronas. En ambos casos,
como mencioné, los «robots orgánicos» analizaban la información aportada de una neurona a otra. El cerebro humano, como es sabido, dispone de un billón de células. De éstas, unos cien mil millones son neuronas, encadenadas en redes, y de las que dependen la inteligencia y la memoria, entre otras facultades. La mayor parte de estos squids quedaba anclada en la hendidura sináptica y allí analizaba y «fotografiaba» el paso de los neurotransmisores (para que podamos hacernos una idea de la perfección de los «nemos», basta decir que los ubicados frente a las llamadas células de Purkinje estaban capacitados para procesar una información procedente de 200 000 fibras paralelas, simultáneamente). Una de las claves, insisto, eran los neurotransmisores, unas delicadas sustancias químicas que motorizan muchas de las funciones del organismo humano. Hoy son conocidos alrededor de cincuenta. Para lograr la liberación de
dichos neurotransmisores, la neurona utiliza lo que Cajal llamaba «el batir de alas de la mariposa»: potenciales de acción o breves impulsos eléctricos en los que navega —«empaquetada»— la información, y que se transmite desde el soma o cuerpo celular de la neurona, por los axones o «tentáculos», hasta la sinapsis. Al alcanzar el final del axón, ese «batir de alas» hace el «milagro» y provoca la liberación de los neurotransmisores, alojados hasta esos instantes en microscópicas vesículas. Los neurotransmisores se precipitan entonces en la hendidura sináptica y terminan fusionándose con la membrana postsináptica (siguiente neurona). En ese momento, los «nemos» estaban allí y captaban la secuencia, proporcionando una información decisiva. (N. del m.)<<


e iniciado la transmisión.
Esperé. Era lo único que podía

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